domingo, 5 de agosto de 2012

plan de clases Aspectos, sábados, 2do cuatrimestre 2012


PROFESORADO DE CIENCIAS JURIDICAS

CÁTEDRA ASPECTOS ADMINISTRATIVOS Y ORGANIZACIONALES DE LA EDUCACIÓN ARGENTINA

Segundo cuatrimeste 2012

SABADO

11 de agosto

Condiciones de época y la educación desde la perspectiva institucional. Sus formas de manifestación. La organización educativa como lugar de transmisión de conocimiento y de extranjería; lugar de lo común y lo particular; del despliegue de lazos en el presente y en el futuro. Las relaciones entre organizaciones: familia, escuela, trabajo.

Material de trabajo: relato de Rosa del Río (tomado de Sarlo Beatriz. La máquina cultural, Bs. As., Ed. Ariel, 1998) y relatos de directores de escuelas actuales (tomado de Duschatzky Silvia y Birgin Alejandra Donde está la escuela, Bs.As, Flacso Manantial, 2001) T33

Imágenes de escuelas.

18 de agosto

El sentido de educar. El trabajo docente, tensiones constitutivas de la tarea de educar.
La escuela como contexto de acción, de encuentro y trabajo entre docentes y alumnos. Las condiciones de época: rasgos actuales que permiten pensar hoy la tarea de educar como trabajo ético y político.

Textos: Meirieu Philipe. Cap 1: “Frankestein o el mito de la educación como fabricación”, en Frankestein educador. Barcelona, Ed. Laertes, 1998. T 1.

Duschatzky Silvia. Epílogo “Todo lo sólido se desvanece en el aire” en ¿Dónde está la escuela?, Bs.As.: Ed. Flacso Manantial, 2001. T. 69


25 de agosto

Identidad y situación. Identidad y alteridad en educación. El concepto de identidad configurado en la modernidad y las teorías que permiten interrogarlo: el giro contextualista, el psicoanálisis, el pensamiento filosófico.

Material de trabajo: se retoman los relatos de Rosa y de los directores así como las imágenes de escuelas.

Textos: Frigerio Graciela. “Identidad es el otro nombre de la alteridad”, en Una ética en el trabajo con niños y jóvenes. Bs.As.: Ed. Noveduc, 2004. T.51.

Greco Ma. Beatriz. “Acerca de identidades y situaciones”. Revista de la Universidad de San Pablo, 2006, 17 (1) T 7.

1 de septiembre

Experiencia en educación. Experiencia y experimento.  Experiencia y confianza. La pregunta por el sentido de la experiencia escolar. El problema de la implicación y el encuadre como condición de posibilidad para la experiencia educativa/escolar.

Material de trabajo: relatos de los estudiantes.

Textos: Larrosa Jorge. “Experiencia y pasión”, en Entre lenguas, lenguaje y educación
después de Babel. Barcelona: Ed. Laertes, 2003. T. 50

Cornu Laurence. “La confianza en las relaciones pedagógicas”, en Construyendo un saber sobre el interior de la escuela. Bs.As.: Ed. Noveduc, 1999. T. 84

8 de septiembre y 15 de septiembre

Una autoridad emancipatoria e igualitaria: desafíos contemporáneos. El poder y la autoridad pedagógica. Autoridad y crisis de legitimación. Los conceptos de transmisión, emancipación, reconocimiento y confianza vinculados a la autoridad pedagógica. Ley y subjetivación. La relación pedagógica: asimetría e igualdad.

Material de trabajo: relatos de los estudiantes. Escenas de la película Machuca.
Marai Sandor. Cap. 4 de Divorcio en Buda. Barcelona: Ed. Salamandra, 2002. T. 63

Textos: Rancière Jacques. El maestro ignorante. Cinco lecciones sobre emancipación intelectual. Cap. 1 y 3. Barcelona: Ed. Laertes, 2003. T. 8 y 9.

Melich J. La transmisión del silencio, en La ausencia de testimonio. T. 64.

22 de septiembre

Modos de ejercicio de la autoridad como relación garante de enseñanza y aprendizaje en el marco de la organización escolar. La convivencia y la norma. La enseñanza y la autoridad habilitante de aprendizaje y del “vivir juntos” en espacios educativos.

Material de trabajo: texto de la ley 223, reglamentación y modificaciones.
Situaciones de intervención en torno a la convivencia escolar y la enseñanza.

Textos: Greco M.B. Cap 2 y 4 de La autoridad (pedagógica) en cuestión. Bs.As.: Ed. Homo Sapiens, 2007. T.54 y 45.

29 de septiembre

Primer parcial.

Profesora: María Beatriz Greco. beagreco@gmail.com

viernes, 3 de agosto de 2012

el relato de Rosa


Fragmentos de Sarlo B, La máquina cultural. Maestras, traductores y vanguardistas, Capítulo 1 “Cabezas rapadas y cintas argentinas”, Buenos Aires, Ed. Ariel, 1998, pp. 11-92


autoridades de otro tiempo



Cuenta Rosa, directora de escuela a fines del siglo XIX que:


“Nadie en mi casa, ni mi padre ni mi madre, pensaban que yo iba a ser maestra. Desde muy chica trabajaba ayudando a mi padre en el taller de sastrería: él cortaba, mi madre hacía los chalecos y los pantalones, yo picaba las entretelas de la solapa. El (...) era el sastre de algunos señores distinguidos, me parece, pero nosotros no lo veíamos nunca. Nosotros, yo, a picar solapas. Claro, mi padre sabía que yo tenía que ir a la escuela primaria y allí fui, primero a la escuela de una sola pieza, en este mismo barrio (...) y después cuando mi hermano entró a primero inferior nos pasó a la escuela más grande que quedaba a 20 cuadras (...) Allí aprendía y las maestras casi no usaban el puntero. Rosita, me decía la directora, “vos sí que sos aplicada y tenés buena memoria para los versos y los recitados y buena mano para el dibujo”.

(...) Mi padre quería que yo me quedara picando solapas en el taller porque eso era más barato que un aprendiz. Así estuve todo un año picando solapas, lavando platos y hachando leña. Hasta que un día le dije: “¿ud quiere que yo me quede toda la vida picando solapas? Yo quiero estudiar para maestra y en la escuela me dijeron que dan una beca. Así que ud que conoce tanta gente (pensaba en los clientes de mi padre) le puede pedir una recomendación a alguno”

Y a Rosa le dieron la beca porque era muy buena alumna...

(...) Cuando ingresé a la escuela normal se me abrió un mundo. Algunas profesoras y profesores eran señores distinguidos, que hablaban muy bien y que nos recitaban poesías o contaban historias de las que yo no tenía la menor idea: los egipcios, la mesopotamia, el renacimiento. Hasta la historia argentina parecía diferente. Un profesor nos repartió libros de distintos poetas. (...) incluso nos enseñaban francés, algo que yo pensaba que sólo aprendían las chicas de buena familia. Allí aprendí a escribir composiciones, siguiendo modelos literarios, caligrafía, dibujo lineal, hasta cosmografía y química. (...)

Recuerdo que un profesor nos contó la historia de Los novios de Manzoni y yo me conseguí ese libro. Fue la primera novela que leí en mi vida. (...) en la escuela encontraba cosas que jamás se me habían pasado por la cabeza antes, que nunca había soñado que pudieran existir. Ni mi padre ni mi madre hablaban con nosotros de Europa, de los lugares de donde habían venido. Para ellos era como si esos lugares hubieran dejado de existir. Mamá nunca quería pasar por italiana, por eso se había olvidado del idioma y hablaba como si hubiera nacido aquí. Entonces, el mundo empezó para mí en las clases de la escuela normal (...) en casa no había libros, ni revistas, a veces algún diario, pero nada más.

La escuela normal se había convertido en el mejor lugar que había conocido hasta ese momento: iban chicas más finas que las que yo trataba en el barrio, chicas de buena familia, algunas copetudas también. Pero no eran tanto las compañeras como los profesores. Yo quería ser como esa gente. Cuando empecé a trabajar como maestra me empecé a vestir bien, elegante y sobria, como debía ser, pero a vestir a la altura del cargo que tenía. Sinceramente, desde el principio quise ocupar un cargo de dirección, porque me parecía que podía hacerlo mejor que las propias directoras que me tocaban a mí.

Y llega entonces Rosa a su primera escuela como directora:

 (...)Aquel era un barrio pobre, con muchas familias que vivían en conventillos, medio amontonados, todos en casa de inquilinato con pasillos largos, piezas que daban a patios estrechos, lugares sin luz donde se comía, se cocinaba, se trabajaba y se dormía, baños comunes, cocinas de brasero en la puerta de las piezas. Justo enfrente de la escuela había dos conventillos donde la gente era bastante pobre. (...) Había allí un poco de todo: italianos, algún vasco, sirios y bastantes judíos o rusos, como les decían, todos muy pobres. (...) Barrios así, de trabajo duro, yo conocía, me había criado en un descampado peor adonde no llegaron hasta muy tarde los tranvías Lacroze, ni estaba tan cerca de una calle de mucho tránsito como Warnes. No había nada allí que me resultara muy diferente de lo que había conocido, excepto el hecho nuevo de que esa iba a ser mi escuela.

Ese primer día los chicos entraron a clase y yo salí de la escuela. Busqué una peluquería, me acuerdo perfectamente de que el dueño se llamaba Don Miguel y le pedí que con todos sus útiles de trabajo me acompañara a la escuela que yo me hacía cargo de la mañana que iba a perder allí. En el segundo recreo, cuando los chicos estaban todos en el patio, empecé a elegirlos uno por uno. Los hice formar a un costado y esperé que  tocara la campana y los demás entraron a las aulas. No me acuerdo qué les dije a las maestras. Era un día radiante. Le expliqué al peluquero que quería que les cortase el pelo a todos los chicos que habían quedado en el patio, que el trabajo se hacía bajo mi responsabilidad y que se lo iba a pagar yo misma. Don Miguel trajo una silla de la portería, la puso a un costado, a la sombra, e hizo pasar al primer chico. Tenían un susto horrible. Yo les dije entonces que esa escuela iba a ser la escuela modelo del barrio, que teníamos que cuidarla mucho, mantenerla limpia, tanto las aulas como los corredores y los baños. Y que, en primer lugar, todos nosotros debíamos venir limpios y prolijos a la escuela y que lo primero que teníamos que tener prolijo era la cabeza porque allí andaban bichos muy asquerosos, que podían traerles enfermedades.

El peluquero me miraba; el portero parado a mi lado ya había traído el escobillón, todo estaba listo. En media hora los chicos estaban todos tusados. Una pelusa fina flotaba sobre el patio, una pelusita dorada o marrón o negra, de mechones que caían al piso y se separaban con el viento. Don Miguel trabajaba rápido, aplicando la máquina cero a los cogotes y alrededor de las orejas, envolviendo a cada chico con un movimiento de torero, en una gran toalla blanca que después sacudía frente al escobillón del portero. Cuando terminaba con un chico le daba una palmada en el hombro, yo me acercaba y lo llevaba hasta su salón de clase. Después volvía al patio. Los varones ya estaban listos. A las mujeres, después que despedí al peluquero les ordené que se soltaran las trenzas y les expliqué cómo debían pasarse un peine fino todas las noches y todas las mañanas. Las pelusas flotaban sobre las baldosas al sol. En el recreo siguiente, relucían las cabezas rapaditas y a los chicos se les había pasado el susto. Todos iban a recordar cómo los mechones de pelo daban vueltas como pompones esponjosos y huecos sobre las baldosas del patio, al sol, mientras el portero los barría y los chicos pegaban grititos. (...)

En 1922, el segundo año que yo dirigía la escuela, pensé que como escuela nueva, debíamos hacer algo que nos distinguiera. De mi sueldo, porque no había otra plata disponible, compré metros y metros de taffetas blanca y celeste. Había que coserla uniendo los dos colores de manera tal que se formara una larga cinta argentina. Por suerte, en casa no faltaba una máquina de coser buena y yo sabía usarla como la mejor. Era una de esas viejas Singer a pedal de gabinete laqueado e incrustaciones de marquetería. Me pasé varias noches con mamá que sostenía la tela a la salida del pretil de la máquina. Un trabajo prolijo y bien hecho porque las cintas tenían que poder verse de ambos lados. Después corté tantas cintas, de unos quince centímetros de ancho y el largo necesario como niñas y varones tenía en la escuela: iban a ser vinchas para las niñas y moños para el cuello de los varones, la primera cinta que iban a tener muchos de esos chicos, por supuesto. (...)

Esa mañana los chicos se prepararon, por primera vez, especialmente: cada una de las niñas se puso su cinta celeste y blanca en la cabeza y cada uno de los varones, su moño al cuello. Después salimos de la escuela para ir al acto, que fue en la plaza de Belgrano, junto a la iglesia redonda.
De lejos nos vieron llegar, bien formados y en orden, con los abanderados al frente y las maestras vigilando las filas, jóvenes y discretas. Desde ese  25 de mayo, fuimos conocidos en todo el distrito por los colores argentinos de las vinchas y los moños. Decía la gente: ¡Allí viene la escuela de Olaya! ¡Esa es la escuelita de la calle Olaya!”